Artículos

Volver atrás

BIENESTAR EMOCIONAL

Por Consol Iranzo CEO de Karisma  

Hace unos días me invitaron a un programa de TV en el cual se iba a debatir sobre el bienestar emocional. El objetivo era ambicioso, pues se pretendía tener un conocimiento amplio de cómo se sentían actualmente las personas. La idea de plantear este debate venía propiciada por el auge que últimamente tienen los llamados libros de autoayuda.

No se trataba de un debate de expertos, sino que existía una participación ciudadana. Los allí convocados, personas de distintas procedencias, disciplinas, experiencias, conocimientos y formaciones, tratamos de ofrecer nuestras diferentes, y algunas veces coincidentes, opiniones de todas las cuestiones que allí se dirimieron.

Uno de los temas que se planteó fue si las personas en general éramos felices. Aunque esta pregunta, bajo mi punto de vista, daría para un profundo debate filosófico sobre lo que cada uno de nosotros entiende por felicidad (lo que evidentemente no era el objetivo al que se pretendía llegar), lo cierto es que, según una encuesta que se realizó previamente al debate, el 91% de las personas encuestadas afirmó ser feliz.

¿Nos sorprende este resultado? En cierto modo, sí. Pues, como muy bien dijo uno de los tertulianos, nadie lo diría por las caras que observamos en las personas con las que nos cruzamos habitualmente. Por tanto, esto nos inclina a pensar que lo más probable es que muy pocas personas se atrevan a decir que son infelices, posiblemente por muy distintas razones: porque no está bien visto, por lo que puedan pensar los demás, por no admitir que es así como uno se siente, etc.

Pero, primero me gustaría hacer una distinción entre ser feliz o estar feliz. Todo lo que sucede a nuestro alrededor es dinámico. Por tanto, podemos pasar de un estado de felicidad provocado por un hecho en concreto a otro completamente distinto derivado de otras circunstancias o situaciones con las que nos encontramos.

¿Es entonces la felicidad algo externo? Yo creo que no y por ello me gustaría entrar en el mundo emocional, del que creo que tenemos todavía un alto nivel de desconocimiento pero, afortunadamente, cada vez más inquietudes por conocer del mismo, cómo identificar nuestras emociones, cómo poder gestionarlas, etc.

Es evidentemente que si tenemos una pérdida importante para nosotros, como podría ser la muerte de una persona querida, la emoción de la tristeza emergerá en nosotros y es necesario que la dejemos fluir y no pretendamos huir de ella a través de métodos químicos. El duelo es preciso para poder sanar. En este caso, es evidente que no podemos estar felices, pero ello no quiere decir que no lo seamos.

Probablemente nosotros no hemos elegido ni deseado tener esa pérdida, pero podemos ir gestionando lo que nos está pasando e incluso tratar de ver qué estamos aprendiendo de esa situación: valorar más el regalo que es la vida en sí, valorar a las personas que queremos, dedicar tiempo a estar con ellas, saber agradecer el cariño que nos dan, etc. etc.

También podríamos preguntarnos si realmente estamos liderando nuestras vidas, si dedicamos tiempo a tener un conocimiento más profundo de lo que queremos, qué estamos haciendo para conseguir alcanzar nuestras metas personales y en definitiva qué necesitamos para estar felices.

Y es aquí donde quizás surge la necesidad de ir en búsqueda de nuestro propio camino, ese que nos ha de deparar lo que para cada uno de nosotros constituye la felicidad. Estar bien con uno mismo es encontrar la propia paz y eso es algo totalmente interno y, desde luego, no viene condicionado por factores externos ni mucho menos por temas materiales.

Por tanto, todo lo que puede suceder a nivel externo puede puntualmente provocar emociones, puesto que éstas se activan en función de los estímulos que recibimos. Sin embargo, de lo que somos totalmente responsables es de nuestro estado emocional, pudiendo elegir entre observar lo que nos pasa desde una vertiente positiva o no. Esta decisión sólo depende de nosotros.

Podemos pensar: “Todo esto suena muy bien, pero ¿cómo lo hacemos? ¿Dónde aprendemos? ¿Quién nos puede ayudar?” Y aquí las respuestas también pueden ser amplias.

En el programa se habló de cómo las personas buscaban ese soporte, momento en el que surgieron las grandes disquisiciones: ¿es mejor hacerlo uno solo? ¿con la ayuda de un psicólogo? ¿amigos? ¿la pareja? ¿libros? ¿un coach? Parece ser, también según la encuesta, que el 91,2% de las personas tenemos una clara tendencia a tratar de ser autosuficientes y no decir a nadie que precisamos ayuda.

Pero, ¿por qué? Cuando no sabemos, lo lógico es aprender. Sin embargo, parece estar penalizado el preguntar. ¿De dónde viene esta creencia? Tengo una teoría. Cuando yo iba a la escuela, te premiaban por saberte la lección, pero si preguntabas, te castigaban por no saber. En aquel entonces, evidentemente, no me apercibí de lo que significaba en mí y en todos mis compañeros este aprendizaje, que se convirtió, en su momento, en una creencia. Afortunadamente podemos, aunque no es sencillo, desaprender todo aquello que somos capaces de valorar que ya no nos es de utilidad.

La humildad para reconocer que no sabemos y que, por tanto, precisamos aprender es el primer camino para enriquecernos. Es por ello que, cuando logramos ser conscientes de lo mucho que ignoramos, buscamos cómo aprenderlo. Y ahí cada uno debe ser capaz de distinguir y valorar qué y cuál es el sistema o la técnica más adecuada a sus necesidades.

No todo es válido para todo el mundo y no hay recetas milagrosas. Por tanto, es preciso realizar una reflexión profunda para saber qué buscamos y qué precisamos para encontrar nuestro camino y alcanzar nuestras propias metas, consiguiendo esa felicidad tan anhelada. En función de ello es preciso elegir quién o qué es más idóneo para cada uno de nosotros, según nuestras necesidades y expectativas.

Dicho esto, no puedo acabar este artículo sin recordar la famosa frase de Sócrates: “Yo no puedo enseñaros nada, lo único que puedo hacer es ayudaros a buscar el conocimiento dentro de vosotros mismos, lo cual es mucho mejor que traspasaros mi poca sabiduría”.



Volver atrás