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EL COACHING DESDE LA EMOCIÓN

Por Consol Iranzo CEO de Karisma

De un tiempo a esta parte, los interesados e inquietos por tener un conocimiento más amplio de lo que parece emerger como una necesidad en el mundo actual, los curiosos que siempre indagan y buscan noticias, información o cualquier otro elemento que les llame la atención, y otros muchos colectivos, disponen de una cantidad –yo diría exhaustiva– de información sobre qué es el coaching, para qué sirve, cuánto tiempo necesita para ser efectivo, para quién puede ser útil, cuáles son los beneficios, cómo se pueden medir los resultados y hasta cuál es el retorno de la inversión.

Estas y muchas otras preguntas pueden ser contestadas con más o menos acierto, bien por personas que realmente conocen todas o algunas de las respuestas, bien por otras que –quiero entender yo, con buena intención– deben demostrar que están siempre al día y que saben prácticamente de todo. Habitualmente, aquéllas que priorizan el tener siempre una respuesta a mano antes que reconocer que no saben y que probablemente también tienen mucho que aprender, como la mayoría de los seres humanos.

No me considero una autoridad en nada. Por lo tanto, no es mi intención en este artículo aportar una información que se tome a pie juntillas y que siente cátedra. Sólo pretendo hablar de un tema que a mí personalmente me apasiona, el coaching, y de un aspecto que al propio tiempo me preocupa, que es el buen uso de esta filosofía, esencialmente porque estamos refiriéndonos a algo que concierne a las personas y, por lo tanto, merece todo mi respeto, prudencia y atención.

Ser coach, como casi todo en esta vida, requiere formación, conocimiento y experiencia, pero sobre todo pasión. Sí. Pasión por hacer algo que tiene una finalidad muy clara: servir a la persona para la cual estamos trabajando y contribuir a que encuentre sus propias respuestas y el sentido que quiere dar a su vida personal y profesional.

Nuestro objetivo como coachs no es tratar de demostrar lo muy buenos que somos, lo mucho que sabemos, los maravillosos consejos que podemos dar. ¡Qué bien se siente nuestro ego cuando pensamos lo bien que lo hemos hecho y lo que hemos conseguido! No dudo que se haga con buena intención, pero... ¡atención!, podemos ocasionar daño a una persona a la que, abusando de nuestro rol, influenciamos para que haga aquello que a nosotros nos parece lo más idóneo. Esto, bajo mi punto de vista, no es hacer coaching. Reflexionemos. Nadie está en posesión de la verdad. Como mucho, cada uno tiene su propia realidad y, por lo tanto, su propia verdad.

“No sabemos cómo son las cosas. Sólo sabemos cómo las observamos y cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos” (Rafael Echevarria).

Esta profesión, que inicié hace ya más de diez años con el presentimiento de que me iba a fascinar, y que el tiempo se ha encargado de confirmar, se ha convertido en mi pasión, y este sentimiento me conduce a intentar, y espero que lograr, hacer este trabajo con el máximo de calidad e integridad.

Me siento emocionada cuando las personas con las que realizo procesos de coaching logran lo que ellas quieren conseguir, cuando me dicen que se sienten bien, cuando consideran que el esfuerzo y el tiempo empleado les ha ayudado a tener una visión distinta del mundo, del entorno y que, por lo tanto, sus percepciones son diferentes y están construyendo nuevas realidades.

“La mejor manera de predecir el futuro es crearlo” (Stephen Covey).

Qué grande es mi satisfacción personal cuando pienso que trabajando como coach he podido contribuir a ese descubrimiento. No es un nuevo mundo. Es el mismo, pero visto con otros ojos.

“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en ver nuevos mundos, sino en tener nuevos ojos” (Marcel Proust).

Es la propia persona la que a través de esas nuevas interpretaciones decide qué quiere cambiar, qué quiere conseguir y qué es lo mejor para ella, no lo que yo piense que es mejor. Si creyera o quisiera que fuera así, qué vanidad por mi parte, pero, sobre todo, qué pobreza a la vez.

No puedo olvidarme de decir cuánto aprendo cada día con cada una de las personas con las que trabajo, y la enorme riqueza que me aporta el poder compartir con ellas sus descubrimientos. Por ello, doy gracias. Gracias por tener la enorme fortuna de tener una profesión que me entusiasma y que, además, me permite conocer a personas magníficas y extraordinarias.

Como he mencionado anteriormente, no es mi intención dar lecciones a nadie. Sólo pretendo dar mi opinión sobre dos aspectos. Uno es la importancia de valorar esta profesión con respeto. No es una moda pasajera, es un arte. Por lo tanto, las personas que decidan ejercer como coach deben hacerlo con total compromiso, integridad y ética personal.

El otro es ser conscientes de las indudables ventajas de realizar un programa de coaching y lo mucho que nos puede aportar en nuestro camino de desarrollo, debiendo para ello ser prudentes en la elección del que ha de ser nuestro coach.

Mi recomendación en ese sentido es que nos aseguremos de su expertise, preguntando acerca de cuál es su formación específica, qué certificación le acredita como tal y qué experiencia aporta. Por último (¿por qué no?), ver la posibilidad de obtener referencias de personas que hayan realizado un proceso de coaching con él/ella. Para ello es preciso, obviamente, haber obtenido una autorización por parte de la persona que nos ha de referenciar.



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