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LA VIDA ES UN REGALO

Consol Iranzo CEO de Karisma

Cada vez que me siento delante del ordenador para escribir un artículo, mi mayor inquietud es encontrar un tema que pueda resultar interesante para las personas que generosamente deciden emplear una parte de su tiempo a leer mis escritos.

Espero que el tema elegido en esta ocasión sea adecuado para contribuir a reflexionar sobre algo tan maravilloso como es la propia vida y si realmente somos capaces de disfrutar de ese maravilloso regalo.

Probablemente, ante esta cuestión, algunas personas respondan que evidentemente valoran y disfrutan este regalo. Otras quizás no piensen que sea un regalo, sino que la vida es muy dura, que no tienen tiempo para disfrutarla, que el trabajo les come mucho tiempo… Un tercer grupo puede que piensen que está bien sin más, que es lo normal, que hay días buenos y otros no tanto. Y seguramente me estoy dejando en el tintero muchas más opiniones al respecto.

Ante estas diferentes respuestas, podemos preguntarnos qué es lo que nos predispone a que observemos esta situación, el hecho tan relevante de “estar vivos”, de tan distintas formas. Si reflexionamos al respecto, las respuestas y razonamientos pueden ser infinitos.

Un  motivo, por ejemplo, podría ser la situación económica, muy precaria para demasiadas personas, que no permite cubrir los mínimos básicos (estaríamos hablando de la base de la Pirámide de Maslow). Sin duda, la preocupación existente puede incidir en que el pensamiento sea más bien de talante negativo.

Sin negar que la situación económica puede influir mucho en la manera en la que percibimos la vida, ¿cuántas veces hemos visto a personas que carecen de lo que podemos pensar que son unos mínimos y sin embargo las vemos felices y agradeciendo cada día lo poco que tienen? Y, mirando la otra cara de la moneda, ¿cuántos casos conocemos en los que, como dice el dicho, “el dinero no da la felicidad” y personas que parecían tenerlo todo deciden acabar con su vida?

Mi opinión al respecto es que el hecho de apreciar o no la vida no recae exclusivamente en aspectos y factores externos. ¿A qué me refiero? Pues a la interpretación que cada uno hace sobre sus propias experiencias.

Sabemos que la percepción de las situaciones difiere en función de cada observador. No ve lo mismo una persona optimista que una persona pesimista. Por tanto, las vivencias, las actuaciones y los resultados que se obtengan dependerán de cada observador.

Martin Seligman, psicólogo de la Universidad de Pensilvania, considerado  uno de los principales expertos en el estudio de las diferencias entre optimismo y pesimismo, defiende, y yo estoy totalmente de acuerdo, que la persona optimista es la que asume la responsabilidad de su vida y de todo lo que ocurre en ella. Por tanto, es capaz de identificar qué puede hacer de forma diferente para cambiar una situación. El pesimista se siente impotente y, por ello, no se responsabiliza de sus acciones, sino que responsabiliza a otros de lo que le ocurre. Por tanto, ello se traduce en una queja continua hacia el exterior y, dado que su interpretación es que él no puede hacer nada, evidentemente no intenta cambiar nada y entra en la resignación.

Aquí podría surgir la típica pregunta: ¿el optimista nace o se hace? No se puede obviar que la herencia genética, así como las primeras experiencias que el niño tiene (especialmente en el entorno familiar), pueden influenciar, ya que el aprendizaje que se adquiere a muy temprana edad es absorbido de forma muy profunda por éste. Pero, la mayoría de psicólogos que estudian este dilema opina que afortunadamente el optimismo se puede aprender.

Ante este tipo de aprendizaje, una persona adulta puede identificar cómo le beneficia o le perjudica seguir con el mismo tipo de interpretación de lo que le sucede en la vida y decidir, por tanto, si quiere modificar sus “gafas”, lo que permitirá que pueda ver las vivencias desde una perspectiva totalmente diferente y mucho más enriquecedora. Es evidente que, para realizar este proceso, es preciso tener una actitud positiva y poner esfuerzo y voluntad.

Es indiscutible que hay situaciones que realmente no dependen de nosotros y, por lo tanto, no tenemos la posibilidad de cambiarlas. Pero, también es cierto que lo que sí depende de nosotros es cómo queremos gestionar lo que nos pasa. Como afirmó Winston Churchill: “el optimista ve la oportunidad en toda calamidad, mientras que el pesimista ve la calamidad en toda oportunidad”.

Por este motivo, cada mañana agradezco el regalo de la vida, con el convencimiento de que el nuevo día estará lleno de nuevas experiencias de todo tipo, las cuáles tengo el firme propósito de observarlas como positivas y constructivas porque interpreto que todo lo que me suceda me abrirá un mundo lleno de oportunidades y me brindará nuevos  aprendizajes, porque lo que sí tengo muy claro es que el tiempo es lo único que no se recupera jamás, y desaprovechar y no valorar ese tiempo es algo que nunca deberíamos permitir.

Os dejo para reflexionar una de las frases memorables de Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austríaco, autor, entre otros, del libro El hombre en búsqueda de sentido: “A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino.”



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