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PÉRDIDA DE TALENTO

Por Consol Iranzo CEO de Karisma

Como en más de una ocasión en la que he tenido la oportunidad de poder escribir en una de las tribunas de Equipos y Talento, hoy me gustaría hacer partícipe a los lectores de una inquietud, o más bien preocupación, que, si bien no es nueva, últimamente se está viendo cada vez más acrecentada. Me estoy refiriendo a la pérdida de talento que estamos sufriendo y, en algunos casos, provocando.

Creo que todos coincidiremos en que las nuevas generaciones, que probablemente sean las mejor preparadas de los últimos tiempos, actualmente tienen pocas posibilidades de encontrar un proyecto que se adecúe a sus conocimientos e intereses y que les permita seguir aprendiendo dentro del mundo laboral y, al tiempo, aportar todos sus conocimientos y competencias. Es un hecho realmente lamentable.

También podemos pensar que el hecho de ser jóvenes y estar, tal como se dice, altamente preparados, les permite tener alternativas, como sería la de desarrollar una carrera internacional. Bajo mi punto de vista, esta experiencia seguro que les puede ser muy enriquecedora, tanto a nivel personal como profesional, y claramente les va a aportar una nueva visión del mundo, lo que les permitirá abrir la mente a nuevas culturas, formas de pensar, de actuar, etc. La adaptabilidad, sin duda, es una de las competencias que van a tener que desarrollar, al tiempo que probablemente deberán desaprender muchas de las creencias que tienen.

Esto supone un cambio de mentalidad en un país en el que hasta hace muy poco tiempo era realmente difícil encontrar personas que se plantearan una alternativa de este tipo, incluso en aquellos casos en los que, trabajando en una empresa, esta opción de desarrollo profesional sólo implicaba un traslado a otra provincia.

La historia de la emigración casi siempre ha estado vinculada con necesidades económicas. Los que ya tenemos una edad, recordamos la década de los 50 y 60, durante la que muchas personas se vieron en la obligación de abandonar sus pueblos y ciudades natales para trasladarse a otros lugares con más oportunidades laborales. No hace falta decir que, en muchos de los casos, estas oportunidades no eran precisamente empleos “cualificados”.

Pero, en mi opinión, lo más preocupante de esto no son tanto las dificultades que las nuevas generaciones han encontrado y que sin duda van a seguir encontrando, sino el hecho de que, en muchos casos, no es una decisión libre de la propia persona, que se obligada a tomar este camino por las circunstancias que existen y de las que no son responsables.

Como lamentablemente no está en nuestras manos cambiar estas circunstancias, creo que lo recomendable es que, desde una perspectiva positiva, tratemos de ver estas situaciones como oportunidades, que quizás sirvan para modificar algunos de nuestros hábitos y nos permitan realizar nuevos aprendizajes, tanto en el terreno personal como en el profesional.

Ahora bien, hay otro colectivo de personas que también merece nuestra atención. ¿Qué está pasando con las personas de más de 50 años? Desde hace muchos años, cuando empezaron a ponerse de moda las prejubilaciones, en muchas organizaciones se prescindió del talento de estas personas. No voy a referirme a las prejubilaciones, de las que todos tenemos conocimiento, en las que las cantidades de dinero ofrecido es un escándalo (especialmente, cuando es subvencionado por todos los que trabajamos).

Me refiero a aquellas personas que quieren seguir desarrollando su carrera profesional porque se sienten satisfechas con lo que están haciendo, les gusta su trabajo y les hace sentir que participan de forma activa en la sociedad, aportando su extensa experiencia y conocimientos. Sin obviar, por descontado, que la gran mayoría de trabajadores tenemos necesidades económicas, en muchos casos básicas.

Nunca he entendido los prejuicios que existen contra las personas que, por el hecho de haber puesto un 5 delante de su edad, parece que ya no aportan nada. He tenido que oír muchas veces expresiones como que “son reacias al cambio”, que “no entienden las nuevas tecnologías”, que “su estilo directivo es anticuado”, que... la lista podría ser interminable.

Lo primero que, si me permiten, me gustaría recomendar es que se haga una reflexión. No se puede generalizar sin más. Cada persona es diferente y, por tanto, sus actitudes y aptitudes también lo son, así como sus inquietudes, expectativas y motivaciones.

He tenido la gran suerte de conocer, y estoy segura que todos tenemos ejemplos a nuestro alrededor, personas que con una edad superior a los 70, 80 e incluso 90 años, nos pueden dar lecciones de su brillantez y de la gran cantidad de talento que atesoran. No me refiero sólo a intelectuales, sino también a artesanos y personas que practican otras actividades, que son profesionales y hacen su trabajo de forma óptima.

No niego que algunas cosas pueden resultarles más difíciles, pero, con ganas e ilusión, seguro que pueden aprender, si se les ofrece la posibilidad de hacerlo. Entonces, ¿por qué estamos desperdiciando todo este talento?

¿Cuántas personas en este momento están en una situación de búsqueda de empleo y sólo por el hecho de tener una determinada edad ni tan siquiera son entrevistados? No olvidemos que todavía les quedan muchos años antes de que puedan jubilarse legalmente.

Deberíamos hacer el ejercicio de ponernos en su lugar porque (espero que así sea) todos llegaremos a esa edad. El reloj biológico no se detiene y es igual para todos. Sinceramente, creo que a nadie le gustaría tener una vivencia como la que están experimentando muchas personas, de tener la sensación de que nadie les valora.

En mi opinión, en estos momentos, este colectivo de personas tiene salidas más difíciles y, probablemente, menos alternativas. Por tanto, en muchos casos tampoco pueden elegir. Es por ello que animo a que hagamos una reflexión y que, de una vez por todas, olvidemos nuestros prejuicios y demos oportunidades, igual que nos gustaría que nos las dieran a nosotros, independientemente de la edad física que tengamos.



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