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SENIORITY VERSUS PREJUICIO

Consol Iranzo CEO de Karisma

Escribo este artículo motivada por el interés de que sirva como tema de  reflexión de cómo uno de los prejuicios, que permanece vigente a día de hoy, hace que algunas organizaciones pierdan talento. Me estoy refiriendo al hecho de considerar que las personas que ponen un “cinco” en su vida ya no son dignas de que se les ofrezca la oportunidad de un nuevo proyecto profesional.

No puedo entender que un prejuicio como este, que bajo mi punto de vista debería estar descartado, aún siga prevaleciendo en el momento de incorporar nuevo talento en una empresa. A día de hoy, sabiendo que la vida laboral se va a alargar en el tiempo y que es preciso contar con profesionales capaces de gestionar situaciones de lo más diversas, ¿cómo es posible que se sigan discriminando personas totalmente capaces, con experiencia y con ilusión para seguir desarrollando su carrera profesional?

Para entender por qué en ocasiones nos dejamos influir por un prejuicio, aun sabiendo que éste nos limita en nuestras actuaciones y decisiones, me voy a permitir transcribir algunas informaciones al respecto.

Un prejuicio (del latín, praeiudicium, “juzgado de antemano”) es el proceso de formación de un concepto o juicio sobre alguna persona, objeto o idea de manera anticipada. En términos psicológicos, es una actividad mental inconsciente que distorsiona la percepción.

El psicólogo estadounidense Gordon Willard Allport (1897–1967) fue uno de los primeros psicólogos que se dedicó al estudio de la personalidad y destinó gran parte de su vida al tema del prejuicio. En su libro The Nature of Prejudice, publicado en 1954, definió el prejuicio como la etiquetación que hacemos de manera negativa, sobre la base de una  forma de pensar que adoptamos desde pequeños. Esta forma de pensar surge como resultado de la necesidad que tiene el ser humano de tomar decisiones concretas de manera rápida, tomando información generalizada de la que se tiene hasta el momento para emitir juicios, y sin verificar su veracidad.

El prejuicio hace referencia a lo infundado del juicio. En la práctica cotidiana, el prejuicio opera a partir de presupuestos valorativos basados en costumbres, tradiciones, mitos y demás aprendizajes adquiridos a lo largo de los procesos de conformación de las identidades.

Según Allport, prejuicio es “una actitud suspicaz u hostil hacia una persona que pertenece a un grupo, por el simple hecho de pertenecer a dicho grupo, y a la que, a partir de esta pertenencia, se le presumen las mismas cualidades negativas que se adscriben a todo el grupo». La opinión se produce primero respecto del grupo prejuiciado y después incorpora al individuo.

Gracias a la neurología, se ha descubierto que el cerebro utiliza gran parte de su energía para predecir, inventar e imaginar, configurando además divisiones entre el grupo al que nosotros pertenecemos y los demás. Por tanto, la pregunta que nos podemos hacer es si somos capaces de gestionar adecuadamente nuestras tendencias y actuar de forma más correcta evitando comportamientos irracionales e injustos.

Probablemente el identificarnos con un grupo determinado nos hace observar a los “otros” de una forma determinada y probablemente muy sesgada. Deberíamos  reflexionar sobre el hecho de que, si la diosa fortuna nos concede el regalo de ir cumpliendo años y el reloj biológico no se detiene, algún día llegaremos a tener 50, 60, 70, 80, 90 años…Por tanto, perteneceremos al grupo de personas que actualmente estamos prejuzgando como que ya no tienen las capacidades que pensamos que la organización precisa. Ante esta perspectiva, ¿cómo nos sentimos?

Con los avances de la ciencia, la esperanza de vida se ha alargado  de una forma notable y ello conlleva que nuestras facultades también. No es extraño ver personas que, con edades “avanzadas”, nos dan ejemplo de su brillantez. Entonces, ¿por qué estamos descartando la posibilidad de tener ese talento en nuestras organizaciones?

Hay momentos que la incoherencia es notoria. En algunas ocasiones observamos las necesidades que manifiestan tener las empresas, como por ejemplo: “Se precisa incorporar personas con seniority, experiencia de X años, habituada a gestionar personas y conflictos, hacer frente a momentos complejos, con capacidad para tomar decisiones de gran envergadura…” A mi parecer, para cubrir todas estas demandas, es preciso haber tenido esas experiencias y, si no me equivoco, para ello es preciso haber cumplido unos cuantos años.

Es cierto que no todo lo dan los años de experiencia. Hay otros factores a tener en cuenta: la actitud, la motivación, el interés por estar continuamente aprendiendo e incorporando nuevas herramientas, como pueden ser las tecnológicas, indispensables para nuestro mundo actual. Pero, ¿por qué pensamos que una persona de más de 50 años no cumple también estos requisitos? Nuevamente volvemos a los prejuicios.

El tema del prejuicio ante diversos temas ha sido tratado en numerosas ocasiones en la literatura. Por poner un ejemplo, en la  novela Orgullo y prejuicio, de la escritora británica Jane Austen (1775-1817), la heroína se forma una opinión fuerte sobre el carácter de un hombre antes de tener la posibilidad de oír su versión de la historia. Cuando finalmente se le da a conocer el balance de los hechos, éstos finalmente derrotan este prejuicio.

El prejuicio también es tema de la novela Matar a un ruiseñor, de la estadounidense Nelle Harper Lee (1926-2016), obra ganadora del Premio Pulitzer en 1961. En la novela, Jean Louise Finch evoca una época de su infancia en Alabama (EE.UU.), cuando su padre, Atticus, decide defender ante los tribunales a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca. Matar a un ruiseñor muestra una comunidad dominada por los prejuicios raciales, la desconfianza hacia lo diferente, la rigidez de los vínculos familiares y vecinales, y con un sistema judicial sin apenas garantías para la población negra.

Para finalizar este artículo, sólo me gustaría enfatizar sobre el hecho de que no debemos permitir que un prejuicio limite nuestro juicio, que es la facultad para distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso, teniendo una opinión razonada.



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